El Día Después

El siglo XXI trajo consigo fenómenos electorales en todo el mundo, en los que la radicalización de posturas, el denuesto y la desinformación, la virulencia y el encono, han configurado atmósferas tóxicas que han dado pie al ascenso de nuevos nacionalismos y movimientos de ultraderecha. El referendo para la paz en Colombia, el Brexit en el Reino Unido, el triunfo de Macri en Argentina, Donald Trump en los Estados Unidos o Jair Bolsonaro en Brasil, la creación de partidos de ultraderecha como Vox en España o el crecimiento exponencial en la representación parlamentaria del partido de Marine Le Pen en Francia, neonazis en Alemania, regímenes totalitarios en Turquía o Filipinas, radicales xenófobos en Hungría y Polonia o el triunfo del Movimiento Cinco Estrellas en Italia, son sólo algunos ejemplos de ellos.

El mundo parece haberse fracturado e incrustado en narrativas irreconciliables que encausan versiones opuestas de la realidad. La enajenación y el ostracismo de las respectivas esferas ha creado cámaras de eco prácticamente inaccesibles a todo aquello que sea contrario a los dogmas endogámicos de cada entorno. Ejercicios como la empatía o la vinculación son cada vez más difíciles de observar. En muchos sentidos pareciera como si el sueño del capitalismo liberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher hubiera llegado a su estado último y las sociedades hubieran implosionado.

Las últimas elecciones presidenciales trajeron a México la inercia de dicha dinámica. En las redes sociales cundieron las noticias falsas, el alarido y la agresión por encima de todo.

En ese contexto nació el movimiento El Día Después, cuya intención original era poner en marcha una campaña que promoviera un mensaje tan sencillo como soslayado en las democracias contemporáneas: el ejercicio electoral es un referendo de una disposición política y ciudadana que se ejerce a diario. Juega en favor de los habitantes del mamotreto burocrático de la partidocracia, que la ciudadanía se entienda como un mero ejercicio coreográfico que acontece cada 3 o 6 años. El llamado de El Día Después tenía que ver con el día siguiente de las elecciones y el siguiente y el de después: con el entendimiento cabal de que el territorio es un espacio de tensiones y dinámicas en donde la política, las leyes y en última instancia el Estado deben fungir como árbitros de las diferencias, y no como promotores de las mismas.

Con el tiempo el movimiento se transformó en una plataforma para la acción. Consciente de que en las diferentes trincheras donde ocurren los asedios de las poblaciones más vulnerables existen equipos de trabajo que resisten el poder arrasador de las fuerzas hegemónicas, el Día Después cambió su orientación hacia establecer un puente entre personas preocupadas por la hecatombe social, política, económica, ambiental humana en nuestro país y las organizaciones que de forma casi clandestina luchan con los pocos recursos que tienen.

Diego Luna fundó este movimiento y ha encausado sus directrices y su desarrollo. Configuró un equipo de trabajo que ha elaborado desde directorios de organizaciones civiles que luchan por derechos humanos, hasta bolsas de trabajo y listas de voluntariado (que al día de hoy han conectado 120 profesionistas con las organizaciones), produjo documentales sobre desapariciones forzadas y feminicidios y convocó a cientos de llamados a la acción para aglutinar, desde la sociedad civil, un contrapeso a los poderes económicos, ilegales y gubernamentales que tienen este país con la bota puesta sobre el cuello.

Luna conversó con la periodista Gaby Wood sobre su faceta como activista y sobre la necesidad de conectar a las personas entre sí ?y con las organizaciones? para combatir la pulverización de los afanes colectivos que tanto sirven a los barones del capital y del poder.

Para más información, pueden ingresar a la plataforma de El Día después aquí.