Comunidad literaria

El Museo de la Ciudad recibió a los escritores Jesús Miguel Soto, de Venezuela, y Daniel Saldaña París, de México, ambos miembros de Bogotá 39, el conjunto de escritores latinoamericanos menores de cuarenta años que el año pasado fueron seleccionados por un comité a iniciativa del Hay Festival. Moderada por la agente literaria estadounidense Elianna Kan, la charla tocó precisamente el tema de las comunidades literarias o artísticas, algo que se ha promovido con dicha iniciativa, no sólo al dar a conocer a todas estas voces del panorama literario contemporáneo, sino también al acercarlas y ponerlas a dialogar, estableciendo así una ruta de navegación, que se va extendiendo conforme se identifican y comparten intereses, afinidades, temas y, por supuesto, lecturas. Un vínculo que permite identificar a todos estos escritores como parte de una generación, y que corrobora, como señaló Saldaña, que «las identidades nacionales y las tradiciones literarias no se corresponden necesariamente».

De ahí, quizás, las similitudes entre los personajes de ambos autores: grises y pasivos antihéroes, aburridos de sí mismos, que dependen de las circunstancias. El de La máscara de cuero, de Soto, un vendedor de puerta en puerta con el rostro cubierto por una funda negra que intentará sacar partido de quien se preste; el de En medio de extrañas víctimas, de Saldaña, un oficinista que colecciona bolsas de té usadas, y que se ve envuelto en una serie de enredos indeseados por su actitud a la Bartleby.

Los dos escritores, además, han pasado sus últimos años fuera de su país natal, lo que desde luego influye también en su literatura. Si, por un lado, Soto pretende en sus cuentos recién terminados «exorcizar el desarraigo», al construir sus historias en escenarios que mezclan la fisonomía de ciudades tan disímiles como Berlín, Caracas o la Ciudad de México, Saldaña, por el otro, se vio obligado a hacer un ejercicio de memoria durante sus tres años de estadía en Montreal, cuyo resultado ha quedado plasmado en su más reciente novela, El nervio principal.

Ambos escritores, además, rescataron en sus intervenciones el aspecto lúdico de la escritura, un oficio profundamente solitario que, sin embargo, permite hacer comunidad con los lectores y, por supuesto, con otros escritores.