Del amor al libro

El pasado sábado 5 a las 12:30 tuvo lugar una conmovedora conversación entre la escritora española Irene Vallejo y el escritor mexicano Juan Villoro, moderada con agilidad y lucidez por la periodista cultural Irma Gallo. El objeto primordial de la charla fue el que de alguna manera da pie a todo un evento cultural como es el Hay Festival, el libro, que pese a vivir en una especie de estado de amenaza de extinción perpetuo, parecería continuar teniendo gran vigencia, particularmente en estos tiempos de encierro e introspección.

Precisamente Villoro apuntó que en tanto el libro es un objeto perturbador, parecería siempre encerrar en su propio destino las profecías de su extinción, y citó una famosa profecía lúgubre enunciada en la década de 1960 por el célebre comunicólogo Marshall McLuhan, quien anunció (en un libro, por supuesto) el fin de la cultura libresca, para dar paso a la civilización de la imagen. A decir de Villoro, consideraba que esto implicaría incluso una vuelta al tribalismo, pues si bien la lectura es una actividad que se lleva a cabo en solitario, el gregarismo inherente a medios como la televisión y la radio conducirían a un nuevo acomodo de la humanidad en tribus. Como sabemos, dicha profecía finalmente no se vio cumplida.

Por su parte, Irene Vallejo, autora del sumamente exitoso El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo ahondó en cómo el libro ha sido un elemento esencial para miles de personas como forma de enfrentar el confinamiento, y se congratuló de haber recibido noticias de amigos libreros que le señalaban que se estaba produciendo una especie de recambio generacional, pues advertían que mucha gente joven estaba a raíz de esta crisis mundial adentrándose en la lectura.

En otro momento de la charla, ante la pregunta de Irma Gallo por los libros considerados como peligrosos o prohibidos, como Los versos satánicos, de Salman Rushdie, Vallejo expuso que era igualmente un fenómeno tan antiguo como la propia existencia de los libros. Incluso, ahondó, la célebre imagen retratada por Ray Bradbury en Fahrenheit 451, donde una cofradía de rebeldes memoriza los libros con el fin de conservarlos para la posteridad había sucedido a menudo como ejemplo histórico concreto, cuestión que en su momento sucedía ampliamente con obras capitales como La Ilíada y La Odisea.

Cerca del final de la charla Juan Villoro reveló que, contrario a lo que pudiera pensarse, él no fue un niño lector, pues se trataba de un acto de rebeldía contra un objeto tan relevante en su seno familiar, y que no fue hasta los 15 años, cuando un amigo lo acercó a la novela De perfil, de José Agustín, que se dio cuenta de que la literatura le podía hablar de realidades directamente conectadas con su existencia, con lo cual se inició una relación apasionada con la lectura, que terminaría marcando y definiendo en buena medida tanto su quehacer profesional como su vida misma.