Genealogía de la impunidad

El 10 de marzo de 1920 se desató un incendio en el interior de la Mina del Bordo en Hidalgo. Como consecuencia del fuego -y sobre todo del desprecio que los patronos de las minas mostraron por la vida de los trabajadores-, murieron “por lo menos”, ochenta y siete personas.

El más reciente libro de Yuri Herrera, El incendio de la mina del bordo, da cuenta de dicha tragedia. Herrera señaló en conversación con el periodista español de El País Javier Lafuente, que partió de dos modelos fundamentales: la poética (y la ética) del francés Patrick Modiano al volver a los años de la ocupación alemana en Francia (en su célebre Trilogía de la ocupación) y Crónica de una muerte anunciada en términos de la estructura dramática de una narración cuyo desenlace se conoce desde las primeras páginas.

“La mina El Bordo, perteneciente al distrito minero Pachuca-Real del Monte, estaba constituida por diez niveles, nombrados de acuerdo a la cantidad de metros de profundidad a la que se encontraban: 142, 207, 255, 305, 365, 392, 415, 445, 465, 525, 575. A ellos podía accederse por tres tiros: El Bordo, La Luz y Sacramento, este último perteneciente a la mina de Santa Ana”. Así comienza el más reciente libro de quien es considerado de forma casi unánime como uno de los mejores escritores contemporáneos del nuestro idioma.

Pero este no es un libro típico dentro del quehacer prosístico del autor de Trabajos del reino, Señales que precederán el fin del mundo y La transmigración de los cuerpos. En él, se recogen “historias que no son mías”. Tras estudiar el expediente judicial “1920-66”, hacer una exhaustiva revisión hemerográfica del relato de la tragedia, leer las dos crónicas, la novela y escuchar los relatos orales que se transmitieron de generación en generación, Yuri Herrera se ha dado a la tarea de dinamitar la “versión oficial” que como de uso en este país protege a los poderosos y dispendia de forma casi desechable la de los más vulnerables. El retrato de Yuri -ante pregunta expresa de Lafuente- no se ciñe sólo a establecer un retrato de los privilegios de clase que aún campan en el México posrevolucionario, sino que se convierte en un epígono del porvenir en donde casi toda la prensa sigue respondiendo al chasquido metálico del dinero del poder, las “versiones oficiales” siguen ensombreciendo nuestro acceso a la verdad y encubriendo crímenes en donde el Estado, por acción u omisión, se vuelve protagonista, un país en donde los dueños de los recursos son dueños de la justicia y en donde, como desde tiempos de la Colonia, hay ciudadanos de primera y de segunda.

“Estas”, dijo Herrera, “son historias que están ahí y que se acepta que estén ahí hasta que un día decides hacer algo”, porque como el propio escritor dice en su magnífico libro, “El silencio no es la ausencia de historia, es una historia oculta bajo una forma que es necesario descifrar”.