Volvió de entre los muertos y estaba viva

Volvió de entre los muertos y estaba viva. La fra se me llamó la atención. Parece imposible, pero como veremos, no lo es. Incluso es sencillo y natural. Necromancia al alcance de todos.

Salí de la Preparatoria de San Idelfonso en 1958, tenía dieciséis años. Ingresé a Arquitectura, aguanté semiasfixiado dos meses y me salí. Entré a La Esmeralda, quería ser pintor y escultor, tenía facilidad para el dibujo y el modelado y me gustaba mucho el arte. En 1960, empecé a ir en las tardes a Filosofía y Letras con el vago propósito de tomar clases de historia del arte. Ahí descubrí la filosofía y cometí el desmesurado error de abandonar La Esmeralda y consagrarme durante siete largos años a estudiar filosofía.

En la Facultad encontré amigos y descubrí a Tamara, una muchacha alta y rubia, hija de español y rusa, a la que quise mucho. Pasó el tiempo, dejamos de vernos. Ella murió. Hace unos días la soñé, y en mi sueño estaba viva. Si despierto recuerdo a Tamara; mi recuerdo de ella incluye por necesidad que ya murió. Pero en mi sueño estaba viva. Por lo tanto, en sueños puedo hacer una operación que no puedo hacer en la vigilia, a saber, excluir del recuerdo o consideración de alguien la noticia de su desaparición, y así, aunque sea por corto espacio, revivirlo. Esta generosa peculiaridad de los sueños merece alguna re?exión, creo.

 Lo más obvio es juzgar que en sueños el recuerdo de una persona es incompleto o fragmentario. Pero ¿por qué intuyo que es incómodo y misterioso calificar de «incompleto» un recuerdo?

La categoría de totalidad, que rige nuestro manejo de lo completo e incompleto, es muy útil, verdadera enzima del pensamiento, y se aplica a muchos campos diferentes. Ahora, en general, sólo podemos darle uso considerando «completo» como «aquello que tiene o exhibe todas sus partes». Pero los recuerdos no parecen estar compuestos de partes, no del mismo modo que una mesa o una sinfonía están hechas de partes. Y, si el recuerdo no tiene partes, ¿cómo sabemos que algo falta en ellos, es decir que están incompletos?

Sin embargo, aunque los recuerdos no tienen partes, forman secuencias. Esto es, si, por ejemplo, no recuerdo qué hice el martes pasado, me inquieto. Algo debo haber hecho, porque un hilo continuo recorre mis acciones, y si se rompe algún punto, algo falta ahí. Por aquí entendemos cómo se aplica la categoría de totalidad a los recuerdos de las personas: cuando despierto viene a mi mente una persona, el recuerdo de ella se organiza a partir del hilo de su vida, es decir, no vienen a mi mente recuerdos dispersos, sino en bloque la biografía de la persona en cuestión.

Pero esta biografía se presenta de manera curiosa. Verifícalo pensando las personas que conoces. No se presenta explayada en todo lo que sabes de ella, si no compendiada en un catálogo de datos que sabes que están ahí hilados, pero de los que irás destacando sólo los que necesitas.

Pero en sueños no es así. Una de las características más notables de los sueños es que en ellos no aplicamos la categoría de la totalidad. Ni a las personas ni a las situaciones. Por eso los sueños no son como los cuentos. Un cuento, como un chiste o una anécdota apunta desde el arranque hacia un final, o punch line, y este final le da su sentido a la narración. Nuestra lectura del cuento, o audición del chiste, se organiza en espera del final revelador. Así actúa en ellos la categoría de totalidad. Pero los sueños están hechos de situaciones más o menos estáticas sin esperar el desenlace.

El personaje soñado también se agota en la situación donde aparece. De Tamara en el sueño no tengo, como despierto, su biografía sintetizada en un elenco de noticias, sino sólo lo que hace, dice y padecen en la situación particular en que la soñé. Por eso puedo verla viva, aislada en el momento, sin futuro preciso, alentando la incertidumbre de la existencia.

No todos los recuerdos son iguales. Hay tipos de recuerdos. No es lo mismo recordar la tabla del ocho o la capital de Turquía, que una cara, un lugar. Los primeros son recuerdos mecánicos, elementalitos, en cambio el recuerdo de la cara tiene siempre profundidad: tras la cara hay una persona y todo lo que nos unió a ella. La cara de Tamara, a quien tanto quise, no es un recuerdo, sino un nudo, una red, un mar de recuerdos. Y basta un microsegundo de sueño de esa imagen nítida para volver a navegar en esa feliz eternidad en la que ella, viva, vuelve de entre los muertos.