La era de la vigilancia

En el salón San Sebastián de la Casa Hay la experta en seguridad y privacidad en internet, Marta Peirano, conversó con el director de la revista Semana, Alejandro Santos. Ambos han visto las transformaciones, o más bien las crecientes amenazas sobre la red, 50 años después de que se conectaran por internet los primeros dos computadores.

“Lo que pasa con la red no es un problema de la red –aclara Peirano– sino algo que le está pasando a internet y que tiene que ver con un tipo de negocio que empezó a desarrollarse hace 20 años, cuando estalló la burbuja del puntocom”.

Es normal que el público, a estas alturas, todavía esté preguntándose de qué se trata esta charla. Incluso, es normal que una mujer del público esté deslizando el dedo por la pantalla de su teléfono móvil, brincando de un contenido a otro sin prestarle atención a ninguno.

La economía de la atención busca hacer precisamente eso, capturar nuestra atención, aunque el objetivo último es vender datos. Y las aplicaciones han entendido que vale la pena invertir millones en productos que enganchen al usuario, aprovechando que para la sociedad el teléfono viene disfrazado de oficina. No estoy gastando el tiempo en él, estoy trabajando, nos decimos.

“En el proceso de crear engagement –dice Peirano– las aplicaciones han copiado los modelos de interacción de dispositivos sumamente efectivos y adictivos, como la máquina traga-monedas”. Es una adicción basada en teorías conductistas, el truco está en que te ofrecen un mecanismo y una recompensa”.

No es la falta de voluntad de ciertas personas lo que les ha hecho adictas a las redes sociales. "Cuando sacamos del bolsillo el móvil y nos ponemos a desbloquearlo y abrir cosas y cerrar cosas, entras en lo que los psicólogos llaman “la zona”; 150 genios han diseñado esa aplicación para que te pase precisamente eso”.

Una verdad incómoda empieza a hacerse evidente para todos los asistentes: somos los trabajadores de los gigantes tecnológicos, de Google y Facebook, de todas las industrias que prestan un servicio gratuito a cambio de nuestros datos. El problema, además, es que ninguna plataforma tiene algún tipo de responsabilidad por el contenido que circula y se prolifera, y que las agencias de marketing político acceden a estos datos para influenciar la opinión o engañar abiertamente.

“Los algoritmos están diseñados para producir engagement, y ciertas pasiones generan más interacción que otras. El miedo y la ira te llevan a compartir cosas. Toda esa actividad se premia con una validación propia de la plataforma –un like o un retweet– y la ilusión en que caemos es entenderla como si aquella validación formara parte del mundo; te crees que si tienes cien mil likes has hecho algo bien”. En realidad, así como Twitter escoge las noticias que leemos en su plataforma, el algoritmo nos caza likes basándose en el contenido que subimos.