A propósito de los Premios Copé: Stuart y Page desde la experiencia de ganarse un respiro para imaginar

Todos los que escribimos tenemos un sueño: ser reconocidos en lo que hacemos alguna vez en la vida. Dicho reconocimiento puede tener el rostro de un premio prestigioso, “para alimentar cierto ego” como mencionaría Johann Page; sin embargo, el asunto de los premios –tal es el caso del Copé en sus distintas categorías– va más allá que el solo hecho de ganarlos e irse de gira para promocionar una obra –en palabras de Stuart Flores–. Hay mucho detrás de un premio, eso nos lo explican ambos autores ganadores del Copé de Cuento en una conversación con Mabel Cáceres, a raíz del reciente lanzamiento de 20 Cuentos de Oro. Relatos ganadores en los cuarenta años del Premio Copé (1979-2018).

En el contexto de su experiencia en sí con el Copé, tanto Stuart como Page destacan el hecho de que el galardón los alentó a escribir aún más, aunque en diferentes perspectivas. Page, por ejemplo, apuntó que el Copé y todo premio pueden tener un ganador, pero detrás existe “todo un conjunto de escritores que han apostado por ganar y han fracasado”. No obstante, para Page el hecho de fracasar enseña que lo realmente importante es la constancia en el mismo acto de escribir. “El premio es importante (…); la lección es persistir, continuar escribiendo, jamás desanimarse”, acota el narrador limeño no sin antes recalcar que, al fin de cuentas, el Copé terminó marcando su vida.

Stuart, por su parte, cree que la satisfacción literaria se da sin que uno se dé cuenta, ya que el valor de los escritos no lo da un concurso, sino la calidad de estos a medida que el autor va comprometiéndose más con su oficio. Remarca, además, respecto a si el estímulo empuja una carrera literaria o termina por arruinarla, que “el problema es el dinero; de cierta forma uno escribe porque está cazando un premio (a lo Bolaño, que salía a cazar premios como si fueran búfalos)”. Para nuestro narrador nacido en Huancayo, lo más destacado de un premio es el tiempo que le da al escritor para que éste realice su trabajo descansadamente, sin apuros económicos. No necesariamente un premio define una carrera, considerando que “escribir es más bien ese intento de rozar la perfección o morir en el intento”.

Uno de los temas recurrentes en este conversatorio se afincó en la obra de cada uno de los laureados autores. Entre risas y anécdotas, Johann Page recordó su primer libro de cuentos Los puertos extremos (Estruendomudo, 2004), de un estilo básicamente norteamericano y que él mismo considera rimbombante en el manejo de la palabra, con afán de saciar un masticado ego que no representaba su voz real como narrador. “Solo fue una pretensión de un joven estudiante de Literatura de la PUCP”, afirmó sonriente antes de hablar sobre su estilo actual, mejor definido en cuanto a lenguaje y la naturaleza de su discurso en los textos de Todo termina esta noche (PEISA, 2015), en el que figura Patrimonio, cuento con el que obtuvo el máximo galardón auspiciado por Petroperú y que está basado en una experiencia dolorosa vinculada a la salud de su padre. Y Stuart, por otro lado, contó algunos detalles de La piel fría, cuento con el que ganó el oro en el Copé y que nos habla sobre “esa delgada línea entre la vida y la muerte” desde el ámbito de la pareja; una historia fría como la piel del protagonista, quien sueña con una ex novia y al despertar piensa que ella ha muerto. La velocidad del pánico, asimismo, es un libro del cual el autor huancaíno tuvo el placer de escribir y que Page, por su parte, alabó en la presentación por sus logros narrativos.

La perseverancia en el oficio de la escritura fue también un punto insular en la conversación. Page mencionó su etapa de silencio en la creación, un tiempo en el que dejó de escribir, situación de la cual Stuart no pudo evitar asombrarse. Para este último, dejar de escribir es peligroso, el escritor puede estancarse con una decisión así de radical; no sin antes acotar que “uno puede dejar de escribir pero nunca de imaginar”. A un escritor le encanta imaginar y el acto mecánico de escribir vendría a ser casi un complemento. Claro que para él, es muy clara una cosa: “Si dejas de imaginar, dejas de escribir”. Page no lo ve así, por supuesto, ya que esa etapa de silencio escritural la toma de forma optimista, explicando sus motivos desde su particular metáfora del “nido de pájaro”. “El escritor nunca sabe exactamente el destino de lo que escribe. Avanzas, juntas material para construir esa especie de nido que es tu narración, no sabes a dónde vas ni cómo quedará ese nido, solo sigues avanzando”. Él resume de esta manera su trabajo creativo y lo provechoso que puede ser dejar de escribir para entrar a una especie de criogenia en la cual uno deja de escribir físicamente, pero nunca de escribir por dentro, ya sea transmutando operaciones narrativas en la cabeza, reunir material para alguna historia o simplemente darse un respiro para que la mariposa salga del capullo bajo una figura nueva.

Es así que las recomendaciones finales de ambos autores son muy puntuales. En esa tríada que representa lo importante para que alguien escriba: imaginación, experiencia de vida y academia (léase técnica), Page resalta el sacrificio del silencio: “Si realmente pueden dejar de escribir, háganlo; sino, continúen sin parar, sin dejar de entregarse a ello”. Stuart, por su parte, insiste en que los triunfadores son aquellos que resisten (rechazos, fracasos, dolores). En el ejercicio de la resistencia en la escritura está la clave del éxito de un literato. “Ellos marcan los derroteros, aquellos que saben sortear hábilmente las dificultades que se presenten”, concluye Flores. Y no le falta razón, ya que como dice Carson Mc Cullers (a quien citó inteligentemente Page antes de cerrar su participación): “La escritura no es solo mi modo de ganarme la vida, es como me gano mi alma”. Y estos escritores habrán ganado el oro en el Premio Copé, pero con ese logro demostraron tener lo suficiente para resistir lo indecible para ganarse el alma que habita en cada uno de sus cuentos.